Tania Molina। La Jornada. 2006


Es un homenaje a su padre y "a lo que nos queda por vivir", señala la saxofonista.

Camposanto es un disco que parte del principio de mi sanación: Sibila de Villa.

Contiene temas de Armando Manzanero; la acompañan jazzistas como Héctor Infanzón.


TANIA MOLINA RAMIREZ

Me siento llena de laberintos, de torbellinos, dice Sibila en entrevista. La saxofonista y flautista Sibila de Villa tiene el valor de mirar la melancolía de frente y sumergirse en ella. De ahí nace su primer disco, Camposanto... del nado en aguas profundas.
La producción es un homenaje a su padre, que murió hace 20 años, y, al mismo tiempo, "a lo que nos queda por vivir", expresa.
"La melancolía es la felicidad de estar triste", cita Sibila al escritor Víctor Hugo. "La entiendo como un espacio amoroso. No como algo que te paralice, sino como espacio de sanación; un espacio muy noble para escarbar dentro de uno mismo; un espacio para pensar", sigue en entrevista.
El disco lo realizó con músicos que conoce de tiempo atrás, varios de ellos reconocidos artistas: los pianistas Héctor Infanzón, Rosino Serrano, Leonardo Sandoval y Omar Ortiz; Alvaro Bitrán (chelo), Agustín Bernal (contrabajo); Alejandro Campos (saxofón alto y saxofón tenor).
Hay, también, una participación del canadiense Don Thompson, con quien interpretó, en concierto, Bésame mucho.
El disco contiene temas de compositores mexicanos, como Muy a mi pesar (Armando Manzanero), Vete de mí (Homero y Virgilio Expósito) y El último beso (Agustín Lara). Son canciones "atadas a mi historia, me es natural interpretarlas", cuenta Sibila.
Cuando terminó el proceso de creación del disco "fue un respiro profundo; como decir, ahí está lo que amorosamente puedo hacer'".
Su padre fue un hombre conservador que estuvo en contra de que ella fuese música. "Quería protegerme, desde su concepción de la realidad."
La reconciliación llegó al final. "Antes de morir, me dijo: 'hasta ahora comprendo tu manera de vivir y está bien'".
Camposanto es un disco fuera de lo común. Las interpretaciones son de una originalidad sorprendente. Por poner un ejemplo, para el tema de Toda una vida (Osvaldo Farrés) grabó a varios cilindreros en las calles de la ciudad de México hasta que escogió el sonido de César Valdéz, de la plaza de Coyoacán. Después, cuenta, "me costó mucho trabajo integrarme al alma de la música del organillero". Lo logró. La canción evoca la melancolía con tal fuerza que parecería materializarla. El cilindrero aparece, fantasmal, lo persigue el saxofón... van uno tras el otro.

Calidad musical con aire artesanal
Camposanto tiene excelente calidad musical y, a la vez, un aire artesanal. Las fotografías en el disco fueron tomadas por la saxofonista: la sierra Tarahumara, las cataratas del Niágara, las termas de Caracala y los bosques de Quebec.
El disco es una coproducción con PyP, que se quedó con la mitad de la producción.
Sibila de Villa recalca la importancia que tiene para ella lo que hace y que sea de manera independiente. Se arriesga a hacer lo que le gusta, lucha por seguir el camino de lo que cree. Esta producción, en particular, "parte del principio de que me sane; si a alguien más le gusta, qué lindo".
Hace poco estuvo en Radio Educación y una radioescucha, de 74 años, habló, conmovida, para preguntar cómo podía conseguir el disco. Sibila le explicó que directamente a través de ella. "Cuando hice el disco, fue una cosa muy personal; me significa mucho que al menos en una persona hiciera eco."
No sólo eso. También le gusta tener contacto personal con quienes compran el disco.
Sibila de Villa nació hace 38 años en Torreón, Coahuila, y se crió en Tepoztlán. Su madre la metió a clases de todo. La música la atrajo: "Me sentía libre; ahí podía fluir".
La primera impresión fuerte la tuvo a los 13 años, al escuchar en vivo a un flautista: "Vi el sonido en azul". Para sorpresa suya, años más tarde, un maestro de la Escuela Nacional de Música (estudió flauta transversa) le comentó que el color de la flauta es el azul.
A lo largo de su trayectoria musical, Sibila ha participado en varios proyectos: formó parte del grupo roquero Flor de Metal y ha colaborado con Astrid Hadad desde hace 16 años. Grabó dos discos con el grupo Arcana y participó en uno de Roberto González.
Estudió el saxofón alto en Canadá.
Ahora, la cantante Liliana Felipe (en el clarinete) y ella forman un "dueto muy libre" y se salen a la calle a tocar.
Como se ve, Sibila no es una mujer exclusivamente sumergida en la melancolía. Su mundo sentimental y musical es mucho más amplio.

La flauta representa la esperanza
Para ella, cada instrumento refleja una parte de su personalidad. Sin afán de encasillar, dice que la flauta le representa la confianza, la esperanza. Es un instrumento muy noble, "lo retomo, tras un tiempo, y está siempre esperando". Como la esperanza, "está siempre ahí".
El saxofón alto le representa "la irresponsabilidad", el "actuar sin razonar... saber que las consecuencias pueden ser lastimosas, pero de todos modos hacerlo", como cuando uno ama a alguien sabiendo que le hará daño.
El saxofón soprano es ir "hacia la libertad; la elegancia de caminar con quietud". Habla con admiración del "caminar de los músicos" a los que se les ve que encontraron "paz de alma". Ella, dice, apenas hace exploraciones para encontrarla. "Me siento llena de laberintos, torbellinos. Encuentro remansos de paz, pero no es la constante."
Para contactar a Sibila de Villa: sibiladevilla@yahoo.com.

Antonio Malacara. La Jornada. 2006




Camposanto de Sibila de Villa

DESPUES DE LARGA batalla contra los demonios personales que cada uno anda arrumbando entre closets y desvanes, Sibila de Villa se decidió a presentar un primer disco solista, Camposanto, y el resultado es, metáforas aparte, un impresionante haz de luz que nos muestra los diferentes rostros y la excelente salud de la música popular contemporánea en este país.
DEDICADO A LA memoria de su padre, y como buena fotógrafa que es, la Sibila saxofonista se va directamente a los sonidos visuales, llegando inclusive a verdaderos despliegues cinematográficos en temas como Vete de mí, el clásico de Homero y Virgilio Expósito donde los saxos alto y tenor de Alejandro Campos, uno de los invitados a la liturgia, se funden en delicados dúos de antología con los saxos y las flautas de su anfitriona, logrando que la melodía original se deje apenas entrever en medio del brillante arreglo de Alejandro Velasco.
Y ESTO ES sólo con uno de los convocados, porque cada uno de los siete temas que conforman este culto es abordado con diferentes instrumentistas, sean del jazz o de la vanguardia sin etiquetas, sean como parte de los diferentes dúos o como arreglistas, pero todos indiscutibles maestros de nuestro tiempo, ahí están Héctor Infanzón, Rosino Serrano, Agustín Bernal, Omar Ortiz, Leonardo Sandoval, Alvaro Bitrán, Jorge Coco Bueno, Alejandro Velasco, Alejandro Campos, Don Thompson y un invitado de (todavía más) lujo: César Valdez, organillero que da vuelta a la manivela para entretejer Toda una vida junto a Sibila y Omar.
LAS SIETE PIEZAS son boleros, unos de evidente fama y fortuna popular, y otros que más bien son rarezas, como El último beso, de Agustín Lara, la cual sólo habíamos escuchado en un disco antiquérrimo en la voz de Juan Arvizu. Aparecen además temas de Armando Manzanero, Jorge del Moral, Osvaldo Farrés, Consuelo Velásquez y Gonzalo Roig; este último, sí, con Quiéreme mucho, que pudiera haber resultado un lugar común, de no ser por la exquisitez musical con que Agustín Bernal acostumbra firmar.
EN GENERAL, LOS fraseos de Sibila de Villa son tan sencillos como intensos; con esa difícil sencillez que sólo se logra después de años de trabajo; con esa intensidad que nunca se despeña, ni por accidente ni por vocación de abismo, que se mantiene flotando ahí, en la espiral que rediseña el bolero en turno, en la siempre efímera eternidad del jazz.
Y ME PERMITO la licencia de enjazzarla, porque a pesar de que esta mujer nunca se ha asumido como jazzista (al menos no lo había hecho hasta hace algunos meses, después de deambular entre la trova y las canciones de Liliana Felipe y Astrid Hadad), estoy seguro que el contenido de este compacto no puede encontrar mejor acomodo (para su rápida localización, por supuesto) que en el apartado que una fonoteca dedica al jazz.
LA EVIDENTE MELANCOLIA con que la saxoflautista construyó este disco, es anunciada desde la dedicatoria en la portada. Aunque resulta evidente que no se trata de la melancolía que refunde a perpetuidad en la depresión, sino de aquella que, tibia y con calma, te conduce al descubrimiento de los claroscuros y su belleza. Salud.
amalacara@prodigy.net.mx